jueves, 12 de abril de 2012

María Valverde Dan Zass

María Valverde Dan Zass
La actriz madrileña invierte su tiempo libre en la Asociación Dan Zass, que imparte actividades artísticas a personas con discapacidad física, psíquica y sensorial. Dos años que aun le saben a poco.

 Definirse en tres palabras no debe de resultar fácil. Ni siquiera para una actriz, obligada a plantearse quién es tras cada papel o a reflexionar ante las preguntas indiscretas en decenas de entrevistas. Sin embargo, María Valverde lo tiene clarísimo. Tanto, que una no puede dejar de sorprenderse al oírla: “Soy, ante todo, una buena tía”. Simple y llanamente. Lo dice sin sonrojarse, con una mirada y una sonrisa que desarma. 

Tiene a quien parecerse: desde pequeña ha visto a su madre, Gloria, trabajar como enfermera de niños con discapacidad: “Ellos son mi plan B, el que todo actor necesita en momentos de parón. Yo he crecido con ellos, fueron mis primeros amigos. Siempre que tenía vacaciones, me iba al colegio con mi madre y allí era feliz: me he criado con chavales con diversidad. Además, mi madre es la persona más feliz con su trabajo que conozco y creo que eso me ha marcado los genes”. 

Fue Gloria precisamente la que la ayudó a encontrar Dan Zass, la asociación con la que María colabora dos días a la semana: tan sólo un rodaje le puede obligar a faltar a esta cita. “Soy voluntaria en un grupo de baile. Asisto a Cristina, que es la profesora y responsable de este proyecto desde hace siete años, a trabajar con personas con diversidad funcional. Ayudarles a bailar, a expresarse, a sentirse parte de la sociedad es una forma algo egoísta de agradecerles lo feliz que me hacen, de enriquecerme vitalmente”. ¿Su premio? “La enorme evolución que tienen de un año a otro_ de carácter, de movilidad, de emotividad… son otras personas. Y el vínculo afectivo que se crea entre nosotros es muy fuerte. Da igual que desaparezcas dos meses por trabajo, ellos te reciben como si te hubieran visto ayer.” 



Su voluntariado 
Este año, María ha empezado a trabajar con los chicos que están en sillas de ruedas: “Al principio piensas, ¿cómo voy a bailar con ellos?, ¿por dónde empiezo?’ Y la verdad es que impresiona, pero te llena tanto… Se para el tiempo cuando estoy con ellos, se te abre la mente, es espectacular sentirlo, vivirlo…” María es partidaria de comprometerse con los que están al lado, aunque en África también haga mucha falta: “Creo que es más efectivo y coherente hacer todo lo que uno pueda dentro de tu ambiente, eso es lo que siempre me han inculcado… aunque trabajar con ancianos, por ejemplo, sería peligroso para mí, porque me implico demasiado a nivel emocional”. Le asusta la muerte, la pérdida de los seres queridos. De pequeña, María quería ser inmortal. Ahora, con 24 años, la actriz madrileña se muestra más realista y sólo desea con ahínco perdurar en la memoria de los demás: “Quiero que me recuerden dentro de cien años. Y creo que soy actriz porque busco que la gente sepa en un futuro que he existido. Desde bien pequeña me he querido ver en un cartel de la Gran Vía, que la gente me admirara como una escultura de Botero. Sé que es un poco egocéntrico…”. Un punto contradictorio para alguien que sigue viajando en metro con su abono y que odia que la reconozcan por la calle: “Por suerte la gente no sabe quién soy; el no haber hecho nada en televisión me da mucha libertad. El coche sólo lo cojo para irme al campo con mi perro Rufo o para hacer la compra en Carrefour”, explica, muy seria.
 

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